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Diferencias entre el cáncer infantil y el cáncer adulto

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El cáncer infantil representa un enemigo contra el que la ciencia y la medicina llevan luchando con gran determinación desde la década de los años 50. Por aquel entonces se formaron las primeras unidades de tratamiento específicas de cáncer infantil, y aparecieron los primeros tratamientos efectivos.

Gracias al constante esfuerzo de los investigadores, la eficacia de los tratamientos de estos tumores ha mejorado enormemente. Hoy en día se consiguen curar más del 80% de los cánceres infantiles. Sin embargo, ese 20 por ciento restante representa, desde hace años, un complicado reto para la medicina y los científicos.

Una de las razones por las cuales el cáncer infantil sigue presentando escollos es porque muestra importantes diferencias con respecto al cáncer de las personas adultas. En este artículo describiremos brevemente algunas de las más relevantes, pero sobre todo, queremos dar visibilidad a la investigación, única vía de curación para el 20% de los casos que no se curan. Un trabajo que desde CRIS Contra el Cáncer hemos apostado desde nuestro nacimiento, invirtiendo fondos en proyectos de investigación en hospitales y centros públicos

Sin entrar aún en la parte biológica, nos encontramos que la primera de estas diferencias es social y familiar. Recibir un diagnóstico de cáncer siempre es una experiencia dura y traumática. El miedo, la incertidumbre y la ansiedad ante los tiempos que se avecinan suelen ser reacciones habituales cuando alguien recibe la noticia.

Sin embargo, esto puede ser especialmente duro cuando quien lo padece es un hijo. El efecto de un diagnóstico de cáncer de tu hijo puede tener un efecto desolador en una familia. Afrontar la perspectiva de los tratamientos, la incertidumbre, los cambios en la rutina familiar, los ingresos en el hospital pueden hacerse un mundo.

Existen razones más biológicas que diferencian un cáncer infantil de uno adulto. El ADN de las células representa su manual de instrucciones e indica cómo deben comportarse en el organismo. Si estas instrucciones, con el tiempo, acumulan errores (llamados mutaciones), las células pueden comportarse de manera anormal. En una minoría de los casos, estos comportamientos anómalos desembocan en que las células se multiplican descontroladamente y se desarrolla un tumor.

En los adultos, esta acumulación de alteraciones suele ir asociada a la edad. A medida que envejecemos, las células tienen que ir reemplazándose más y más veces. Esto implica un mayor riesgo de acumular errores en el ADN que desemboquen en un tumor. La cantidad de errores que se acumulan pueden estar también determinada por los hábitos, como la falta de ejercicio físico, la mala alimentación, o consumo de alcohol y tabaco.

Ahora bien, esto no es así en el caso de los niños. Los tumores pueden aparecer en etapas muy tempranas. Por lo tanto, factores como los hábitos no juegan un papel en el desarrollo del cáncer infantil. De hecho, a diferencia de los adultos, no hay apenas factores de riesgo que se hayan asociado claramente con el desarrollo de cáncer infantil. La ausencia de factores de riesgo dificulta el diseño de estrategias de prevención de estos tumores.

Por esta razón, uno de los retos de los investigadores hoy en día consiste en buscar elementos genéticos, tanto en los niños como en sus familias, que permitan en el futuro identificar qué recién nacidos presentan riesgo de desarrollar un cáncer infantil.

Por otra parte, las células que suelen desencadenar los tumores en adultos y niños también suelen ser diferentes. Los órganos de nuestro organismo están compuestos de varios tipos de células. Algunas de ellas hacen de revestimiento exterior, techos y suelos, definen los límites de ese órgano. Otras células tienen tareas más estructurales, son el andamiaje, los cimientos y pilares. En los adultos, los tumores más comunes suelen ocurrir en las células del revestimiento (carcinomas), mientras que el cáncer infantil suele ser más habitual en las células estructurales (sarcomas).

Esto significa que no podemos tratar los tumores infantiles de la misma manera que los tumores adultos, ya que las células que lo originan no son las mismas. Además, los niños no responden de la misma manera a los tratamientos que los pacientes adultos. Los pacientes infantiles no son adultos pequeños, sino que presentan necesidades terapéuticas específicas.

Por otro lado, los casos de cáncer infantil son poco numerosos pero muy heterogéneos. Esto dificulta mucho el estudio de estos tumores, especialmente los más agresivos. En el caso de los adultos, los hospitales y los centros de investigación suelen contar con gran cantidad de muestras de diferentes tipos de tumor, lo que permite buscar elementos comunes y extraer conclusiones con mayor facilidad que en el cáncer infantil.

La conclusión más directa de este último punto es que para poder desarrollar terapias efectivas contra el cáncer infantil, especialmente contra las formas que hoy en día no cuentan con tratamiento, son importantes varias cosas:

- En primer lugar, la comunicación entre un gran número de centros de investigación y los hospitales, tanto nacionales como internacionales. Esto permite la creación de bancos de datos y de muestras comunes, en los que figuren los datos de pacientes de multitud de instituciones.

- En segundo lugar, se hace imprescindible la creación de unidades especializadas que integren la investigación, la práctica clínica y el desarrollo de terapias experimentales y ensayos clínicos. Estas unidades favorecerán una mayor rapidez del flujo desde los resultados de laboratorio hasta la aplicación de nuevas terapias. Una de estas Unidades, la Unidad Terapias Avanzadas en Cáncer Infantil que la Fundación CRIS Contra el Cáncer acaba de crear en el Hospital Universitario de la Paz, en Madrid.

En cualquier caso, solo hay un camino para poder combatir el cáncer infantil. Y esa vía consiste en apoyar la investigación.

Autor: Jesús Sánchez Ruiz, Dr. En Biología Molecular y responsable de Proyectos de la Fundación CRIS contra el Cáncer.

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