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Caerse y lamentarse es algo netamente humano. Dejarlo solo en su miseria, es dejar nuestra humanidad y dar paso a un individualismo que lentamente nos va a dejar en la miseria misma. Son sensaciones que tengo al observar cómo nos tratamos dentro de la sociedad, como nos violentamos unos a otros queriendo triunfar a toda costa, sin entender que existe otro que también busca lo mismo, pero que por diferentes circunstancias no puede seguir mi propio ritmo. Es ahí cuando pienso en la historia de Andrés, un niño con dislalia que nos demuestra que nos faltan herramientas bien concretas para estimular el trabajo en equipo y fomentar la construcción en comunidad.
Me resuena este pensamiento al escuchar la historia de Andrés, un niño que está comenzando sus primeros pasos escolares. Él tiene dislalia y nadie aparece en el horizonte para levantarlo de sus caídas. Lo veo llorando, desconsolado, pensando que puede hacer frente al sinfín de dificultades que tiene en el colegio por poseer este trastorno. La dislalia es terrible en ese aspecto, porque expone al joven a las bromas y a una discriminación por no lograr pronunciar las palabras como corresponde. Pese a la claridad del diagnóstico, el niño sufre porque no puede ir a la par de sus compañeros. Sabe que está atrasado, pero desconoce cómo apurar el tranco.
Está caído pero debe saber que hay que levantarse. '¿Por qué nos caemos? Para que podamos aprender a recuperarnos', eso dijo el personaje Batman en una de sus películas, invitando a no quedarse tirado en el piso sino a saber cómo poder erigirse y comenzar de nuevo. Pasa que esta misma frase la escuchó Maximiliano, uno de los compañeros de Andrés, y quiso hacer algo al respecto frente al drama que estaba viviendo su compañero.
Lo primero fue preguntarle a su madre qué se podía hacer. Ella -cosas del destino, es psicopedagoga- investiga y le propone realizar algunos juegos en específico que pueden realizar dentro de los recreos:
1. Jugar a apagar velas, inflar globos o a tocar instrumentos como la flauta o la armónica. Obviamente el objeto es empezar a ejercitar parte de tu boca.
2. Desafiarlo a soplar la vela sin apagarla. Así controla la fuerza de su boca.
3. Desplazar barquitos de papel soplando sobre ellos, hacer burbujas con esos típicos juegos que compran en las plazas.
4. Diversos ejercicios con la boca. Un ejemplo es abrir y cerrar rápidamente, después hacerlo más rápido y alternar ese ejercicio en diversas formas.
5. Mover la mandíbula en diferentes formas.
6. Inflar las mejillas, las dos juntas o en forma separada.
7. Enjuagar la boca, realizando diferentes movimientos con ella.
8. Bostezar, toser y hacer gárgaras de diferentes formas.
9. Hacer sonrisas de diferentes formas.
10. Realizar ejercicios con la lengua como doblarla tanto dentro o fuera de los incisivos, hacia arriba o hacia abajo, imitar como cada uno se remalea o hacer ruidos entre esta parte de su cuerpo y el paladar.
11. Repetir estas entonaciones varias veces: tók- tók - tók - ták - ták - ding - dong - bãng - bãng.
Maximiliano trabajó arduamente con Andrés, y él logró levantarse y descubrir que era capaz de superarse a sí mismo.
Malcom X dijo alguna vez que 'Cuando el 'yo' se reemplaza por el 'nosotros', incluso la enfermedad se convierte en bienestar.' Imagínense el poder de realizar este ejercicio con nuestros hijos, al alentarlos a descubrir en conjunto soluciones para algunos de sus trastornos.
En un mundo de hoy, ya no basta con intervenciones de especialistas y trabajo en la casa, hay que hacer parte a los niños para que entre ellos puedan ser reales protagonistas del desarrollo de su propia comunidad. Solo así sabremos el valor de lo que significa realmente caer, porque podremos levantarnos nuevamente.
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